La familia Aubrey by Rebecca West

La familia Aubrey by Rebecca West

autor:Rebecca West [West, Rebecca]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1955-12-31T16:00:00+00:00


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A pesar de ser más pobres de lo habitual, aquel año tuvimos unas Navidades particularmente extraordinarias. Por alguna razón que nunca llegó a saberse, Constance y Rosamund se quedaron con nosotras todas las vacaciones y ayudaron a mamá a hacer nuestros vestidos, los mejores que habíamos tenido nunca. Y Rosamund era perfecta para disfrazarla. Richard ya estaba sano cuando llegó el día de Navidad y papá le hizo un palacio de las mil y una noches muy blanco y brillante con fuentes de espejo en el centro de patios, arcadas y cúpulas pintadas con extraños colores. Cuando lo vimos nos quedamos mudas, y mamá se agarró del brazo de papá y nos dijo: «No hay ningún padre que haga estas cosas por sus hijos». Recuerdo que algunas veces venía mamá, se sentaba en el suelo con nosotras cuando jugábamos con él y exclamaba de cuando en cuando: «Pero ¿cómo se le ha ocurrido eso?» o «¿De dónde ha sacado esa idea?». No tardé en olvidar la existencia de la señora Phillips y la tía Lily, pero una mañana fuimos las cuatro —Cordelia, Mary, Rosamund y yo— a la mejor confitería de Lovegrove para comprar los merengues del té de cumpleaños de Richard Quin, y como la ayudante nos dijo que estaba a punto de salir una bandeja de merengues rosas, decidimos esperar. A nuestra espalda, y reflejada en el espejo tras el mostrador, estaba la tienda. Había algo llamado «licencia de los confiteros» que jugaba cierto papel en la sociedad suburbana: ese lugar era una especie de gruta del bienestar repleta de mesas en las que un grupo de señoras muy bien vestidas con montañas de paquetes apiladas junto a ellas se inclinaban unas sobre otras, con enormes pechos que sobrevolaban los platos con pequeños sándwiches y vasitos de Oporto, Jerez y vino de Madeira, e intercambiaban chismes que iban ascendiendo como trinos hasta el bajo techo de aquel sitio y le daban el aire de pajarería.

—¿No es ésa la tía de Nancy Phillips que viene a la escuela cuando le sangra la nariz? —preguntó Mary.

—Sí, y la otra es la madre de Nancy —dijo Cordelia—. Qué flaca está.

Las vi en el espejo. No estaban hablando. La tía Lily tenía un codo apoyado en la mesa y la barbilla en la palma ahuecada mientras jugueteaba con la otra mano con el pie de una copa de vino, coqueteando con la nada. La señora Phillips movía su copa adelante y atrás sobre el mantel, arrugando el lino. Cuando la miré, sus dedos aferraron con fuerza el pie de la copa y se apoyó en el respaldo como si hubiese tomado una decisión irrevocable. Su piel morena recordaba a gente mucho más morena que ella, fregonas y mineros. Llevaba un gorro de castor beige incluso más grande que aquella provocación a los vientos que había llevado a nuestra casa, tenía un pájaro de pecho verde iridiscente y unas alas negras abiertas a lo ancho. Que esa construcción no se tambaleara era el termómetro de su perturbadora inmovilidad.



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